Cara o cruz

La carta bomba de Pedro Sánchez en la tarde casi noche del 24/4/24 fue leída en diagonal, entre líneas, de principio a fin y de fin a principio y las conclusiones que deja como posibles son solo dos.

La cara. El presidente somete al país a un shock emocional, más que político. El caballero enamorado que ha vencido a todos los monstruos de la política pero que se derrumba cuando su princesa es hecha prisionera. El protagonista baja a los infiernos, como Gandalf el Gris cayendo al abismo de las Minas de Moria para después reaparecer, cinco días después, como Gandalf el Blanco, más fuerte y poderoso, para derrotar al maligno. ¿Podría Pedro Sánchez haber tramado un amago de caída para interpretar después una rentrée? En cierto modo, el mero anuncio del presidente de una posible dimisión activa todos los resortes de la dimisión. Sería un golpe maestro, la épica del volver sin haberse ido. Durante cinco días los medios de comunicación actúan como si de facto el presidente hubiese dimitido, analizando todos los escenarios, políticos, constitucionales, legales, mediáticos, escribiendo perfiles sobre Sánchez, su legado, sus inicios, sus sombras y sus luces, entrevistando a sus amigos de infancia y a sus profesores de instituto. Pero de repente el caballero vuelve, con más fuerzas, para derrotar al monstruo de Manos Libres. Pedro Sánchez ya interpretó al héroe que retorna triunfante cuando en 2017 recuperó el trono socialista tras haber sido expulsado un año antes. En esta ocasión, si el lunes Pedro Sánchez se presenta dispuesto a enfrentar su último monstruo, el que mantiene entre sus garras a su princesa, la épica del héroe retornado se reescribirá, aunque esta vez no le haya hecho falta siquiera marcharse. 

La cruz. El chico perdidamente enamorado amenaza a la chica con dejarla si no cambia su actitud. Él no quiere realmente romper, lo que anhela con todas sus fuerzas es una muestra de amor verdadero. Pedro Sánchez pide mimitos. El que quiere dimitir dimite y no escribe una carta cual adolescente lloroso imponiendo un ultimátum infantiloide. Quien haya sufrido un desamor sabe que quien rompe no lo hace con preaviso sino que rompe y se acabó. ¿Qué reacción espera Pedro Sánchez a su carta? Que los jueces se emocionen al leerla y cierren la investigación a su mujer. Que los españoles salgamos a la calle a defender a un hombre enamorado. Que sus socios se asusten y cierren filas y le confirmen que tiene sus votos hasta 2027. Que los tertulianos que reciben en sus emails el argumentario socialista diario construyan un clima de opinión tan favorable al presidente que se la haga imposible dimitir. Si nada de esto ocurre, Pedro Sánchez dimitirá el lunes 29 de abril con su relato ya escrito: murió de amor.  Esa será su nota de suicidio político, pero en su epitafio se escribirá ‘que te vote Txapote’  y tal vez el gobierno que llegue no sea tan benévolo como el que sucedió a Felipe González y contrate auditorías en todos los ministerios y se escriban tantas esquelas como escándalos, una por Armengol, otra por Koldo, otra por Pamplona, otra por los indultos y las amnistías, por el Sí es Sí, por el Falcon, por Delcy, por Pegasus y por el Rey de Marruecos. Y entonces, cuando la película ha terminado y los créditos inundan la pantalla, cuando recogemos la manta y buscamos el mando a distancia para desconectar, es cuando entendemos, como en las películas de Marvel, que hay una última escena en la que se descubre que el héroe no murió de amor sino de vergüenza. 

 

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